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El déficit fiscal no es “el problema”. O sobre por qué esta crisis no será la “última” en Argentina

Por: Dr. Lucas Becerra

Economista. Investigador Asistente del Conicet radicado en el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y Profesor Regular de Teorías del Comercio Internacional (UNQ).

Durante los últimos 15 días hemos escuchado de parte de los economistas públicos (tantos los que ejercen cargos públicos como los que son convocados por los programas políticos) como por parte del Presidente de la Nación afirmaciones del tipo “hace 70 años que Argentina no crece”;   “si toda familia sabe que no puede gastar más de lo que el ingresa, el Estado no puede tener déficit”; “necesitamos de la confianza (y sus divisas) de los inversores internacionales para crecer”; entre otras muchas afirmaciones tautológicas.

A continuación, trataré de explicar en forma concisa y simple (si eso es posible para un Economista) dos cosas: 1. Por qué el déficit fiscal no es “el problema” (y por lo tanto el superávit fiscal no es “la solución”. 2. Por qué “el problema” es la cuenta corriente de Argentina y que la solución solo se encuentra en un cambio de la matriz de generación de innovaciones, bienes y servicios.

Sobre el no-problema del déficit fiscal

Por ignorancia o porque se busca confundir, hemos sido testigos de un discurso político-económico que mimetiza las finanzas públicas con las finanzas de los familias. En este sentido, afirmo categóricamente que esto es una falacia absoluta. ¿Por qué?

  1. 1.Las familias no son agentes soberanos, los Estados sí. Las acciones de las familias son reguladas por aparatos institucionales que las gobiernan, los Estados se dan normas de convivencia entre pares.
  2. 2.La función principal de las familias (en términos económicos) es vender su fuerza de trabajo o mercancías a los fines de hacerse de ingreso para garantizarse su vida. Los Estados recaudan impuestos de un sistema productivo que gobiernan y regulan. Solo tienen ingresos derivados de la producción en el caso de tener empresas públicas, pero aún así, la mayor parte de sus ingresos son de índole fiscal. Es decir, la fuente de los ingresos es distinta.
  3. 3.Las familias consumen bienes y servicios. Los Estados “gastan” a los fines de financiar políticas públicas, pagar jubilaciones y pensiones, controlar/descontrolar la inflación; proveer bienes públicos. Es decir, la lógica de las erogaciones es distinta.
  4. 4.Si las familias, como también las empresas entran en default, la ley de los Estados contemplan mecanismos para resarcir a los acreedores. Mecanismos que contemplan hasta, por ejemplo, la liquidación (el cierre de una empresa) o la enajenación de los bienes inmuebles de las familias. Si un Estado entra en default, no existen mecanismos (solo el conflicto armado entre Estados) que ejecute en forma efectiva el recupero del capital y los intereses adeudados. El Estado es inajenable. A eso se le denomina, riesgo soberano.
  5. 5.Si una familia es mal administrada, esa familia sufre problemas económicos, afectivos, de violencia, etc.; pero no afectan al Estado. Si un Estado es mal administrado, entonces tenemos un problema de alcance sistémico: las crisis económicas se vuelven políticas y luego sociales, se destruyen fuentes de trabajo, se concentra la riqueza y, los que se ven finalmente en problemas, son las familias.

Aclarado este punto, es necesario avanzar sobre un segundo nivel de complejidad. El déficit/superávit fiscal no es un objetivo de política económica es un instrumento de política económica.

Es fácil confundirse cuando se tiene una mirada “contable” del Estado, pero es inadmisible esta confusión para un equipo conformados por economistas. ¿Cuál es la diferencia entre objetivo e instrumento? El objetivo es algo que quiero lograr, el instrumento es una herramienta que permita llegar a ese algo que quiero lograr.

Si quiero hacer positiva la tasa de crecimiento de una economía que se encuentra en recesión (un objetivo de política económica), entonces utilizo la expansión del déficit para ampliar la demanda agregada que impacta positivamente sobre las ventas del sector privado y activa decisiones de inversión.

Cuando la política económica decide una estrategia de superávit fiscal (el instrumento) el objetivo es contraer la demanda agregada, lo que en última instancia afecta negativamente la tasa de crecimiento. De hecho, todo economista que haya pasado por los primeros cursos de macro en la Universidad de Buenos Aires, sabe que la recomendación del Fondo Monetario Internacional entre las décadas del 50 y del 80 era que; luego de un proceso devaluatorio fuerte (que según la ortodoxia genera proceso expansivos) es necesario una ajuste fiscal (generar superávit fiscal) para compensar una tasa de crecimiento “demasiada alta”. Y también sabe que, la “curva J” es la evidencia empírica que muestra que los procesos devaluatorios son inicialmente contractivos. ¿Qué quiero decir con esto?

Que si a la devaluación le agregamos reducción del gasto público, la caída del producto va ser más grande, no más leve.

El único caso en que el superávit fiscal (como el instrumento que es) genera una expansión de la tasa de crecimiento, es cuando los fondos excedentes son destinados al financiamiento o de actividades productivas o del consumo de las familias. Es decir, se convierten en parte del stock de oferta de crédito. Pero, en ningún caso, ese superávit será útil en materia de crecimiento si se destina a pagar deuda, dado que: 1. Presiona el tipo de cambio al alza; y 2: Reduce la liquidez agregada.

Finalmente, si la economía no crece, los ingresos fiscales no crecen en términos reales (solo lo hacen nominalmente, acompañando la inflación) y por lo tanto, la capacidad excedente efectiva del pago de intereses de la deuda se ve afectada negativamente. Es posible recortar el gasto y aumentar los ingresos vía aumento de los impuestos, pero esta estrategia tiene dos límites: las condiciones mínimas de funcionamiento de los Estados y la capacidad de las empresas y familias de pagar impuesto. Esto lo sabemos los economistas, como también lo saben los inversores y los bancos.

Sobre el problema de la cuenta corriente

A diferencia de los del déficit/superávit fiscal los cuales son instrumentos de política, el resultado de la cuenta corriente (que registra las exportaciones, las importaciones, los pagos de rentas a agentes residentes y no residentes; y las transferencias corrientes) es producto de la interacción comercial y financiera de agentes económicos privados y públicos. En este sentido, el Estado no tiene un control directo sobre la dinámica de la cuenta corriente, solo acciona sobre ella a partir de los instrumentos de política, y por eso su resultado es un objetivo de política.

El resultado de la cuenta corriente es, y ha sido problemático, para la economía Argentina. Ese resultado, define la disponibilidad y la escases de dólares. Esa divisa que para nuestro país es doblemente necesaria. Primero porque es necesaria para pagar las importaciones y las deudas denominadas en moneda extranjera; segundo, porque en nuestro sistema bi-monetario, los agentes (las familias y las empresas) ahorran y valúan los activos de inversión en dólares.

En 2017, la cuenta corriente de Argentina tuvo un déficit de USD30.792 millones. La mitad de ese déficit se explica porque las empresas radicadas en Argentina importaron más de lo que exportaron con un saldo de -USD15.300 millones. La otra mitad, unos USD15.941 millones, se explica porque las rentas (pago de dividendo, utilidades y participaciones de capital y fondos de inversión) que se giraron al exterior fueron más grandes que las que los agentes domésticos lograron captar.

Esta condición de la cuenta corriente es estructural, cuando la Argentina crece aumenta sus importaciones y los giros al exterior de dividendos y utilidades. Esto se explica debido a que el sector industrial nacional requiere de insumos importados para producir (como en la mayoría de los sectores industriales del mundo) pero además al alto peso en el PBI que tienen las empresas transnacioanles en la economía argentina.

Pero el lado problemático de este déficit de cuenta corriente es que solo logra resolverse nominalmente de dos formas: 1) o se devalúa lo suficiente como para contraer las importaciones y reducir el giro de rentas al exterior (dado que los pesos compran menos bienes y menos dólares) o 2) se toma deuda externa en forma sistemática para lograr equilibrar el balance de pagos. La primera opción genera inflación y empobrecimiento, la segunda un ciclo de endeudamiento que termina en la forma de crisis de la deuda pública y/o privada.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que el superávit fiscal no elimina la necesidad de financiamiento externo; que podemos tener superávit fiscal y crecimiento del stock de deuda; que si bien el superávit fiscal permite extender el monto de intereses que podemos pagar, ese límite es finito. El superávit fiscal alarga el plazo para que ocurra una nueva crisis de deuda, pero no elimina esa situación.

Sobre las soluciones estructurales

Si queremos salir del ciclo recurrente de crisis es necesario desarrollar estrategias económicas y tecno-productivas que vuelvan superavitaria la cuenta corriente en términos estructurales y sistémicos.

Las soluciones no son de índole nominal. No alcanza con devaluar el tipo de cambio, no alcanza con imponer derechos de exportación, no alcanza con restricciones a las importaciones.

Es necesaria una planificación económica que oriente la producción local en términos de cómo funciona el sistema global actual de producción, circulación, distribución y consumo. A continuación, y con el afán de no aburrir, les dejo algunas ideas:

  1. No se trata de cómo importar menos, se trata de cómo exportar más. Por eso, estrategias de producción de bienes para la economía local no son suficientes. Es necesario pensar en escalas globales, que hoy son definidas por las cadenas globales de valor.
  2. Es necesario poner a la cancillería argentina no a buscar nuevos mercados, sino a elaborar estrategias comerciales más complejas en las cuales se analice la participación de las pymes locales en las cadenas globales de valor.
  3. En lugar de cerrar el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, hay que fortalecer las estrategias de desarrollo tecnológico e innovación. Esto no quiere decir que solo debemos pensar en conocimiento mercantilizable, sino en generación de tecnologías orientadas a la resolución de problemas locales (los mismos problemas que comparte la región de América Latina y que hoy en día no tienen soluciones)
  4. En lo financiero, inmediato, es necesario establecer con los bancos centrales de los principales países con los que mantenemos relaciones comerciales un sistema de swap de monedas. Esto con la finalidad de otorgarle al peso, aunque sea en forma parcial, la capacidad para funcionar como medio de pago internacional.
  5. Ni hablar del tan poco (en realidad nada) acuerdo con Brasil sobre el usos de monedas locales como medio de pago de las operaciones comerciales bilaterales.
  6. Finalmente, es necesario imponer ciertas restricciones o deducciones a los giros ingresantes de capital y los giros salientes de rentas. Esto para bajar la volatilidad y para obligar a reinvertir una parte de esas utilidades en la estructura productiva local.

Durante estas pocas páginas, he tratado de mostrar por qué el problema estructural de Argentina no es el fiscal, sino en su vínculo con el comercio, la inversión y las finanzas globales. Si el actual gobierno logra el equilibrio fiscal en 2019, seguramente supere la coyuntural crisis económica asociada a la devaluación del tipo de cambio y el riesgo de no pago de los intereses de la deuda, pero puedo asegurarles también que si no nos ponemos a trabajar en serio sobre la cuenta corriente argentina, esta no será la última crisis que tengamos en el mediano y plazo.

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